lunes, 8 de noviembre de 2010

Los Mineros

En alguna de las muchísimas piezas periodísticas que se publicaron en torno a la llamada Operación San Lorenzo, mediante la cual fueron rescatados los 33 mineros atrapados a casi 700 metros de profundidad bajo el desierto de Atacama, leí que el inicio de su viaje hacia la superficie tras dos meses de estar enterrados vivos fue seguido por televisión por unos mil millones de personas, la sexta parte de la población del planeta. Tengamos en cuenta que la Copa del Mundo de la FIFA, el evento de mayor sintonía televisiva en nuestra era, se lleva en sus mejores momentos la atención de tres mil millones.

Es cierto que los medios de Chile y de la región se encargaron de crear un fuerte ambiente de expectativa en torno a ese momento. Pero también es verdad que había muchas razones para presenciarlo. Esos minutos en que tardaba en subir la cápsula que mandaron a hacer para el viaje por el túnel taladrado en la roca eran tan dramáticos como el desenlace de una película de Hitchcock.

Pero lo que más me impresionó a mí, y estoy seguro de que no soy el único, fue la lección de trabajo en equipo y de liderazgo que vimos en esas horas, cuando culminaron con tan buen resultado los esfuerzos de un gobierno y varias empresas para sacar a esos hombres de ahí. Me impresionó ­debe ser por lo desacostumbrado que estoy a eso­ ver cómo buscaron a los mejores, a los que sabían, y les dieron lo que necesitaban para trabajar. Me gustó mucho oír al presidente Piñera anunciar que se revisarían las condiciones de seguridad en que trabajan los mineros en Chile, y no tengo motivos para no creerle, dado el modo en que su gobierno se ha comportado hasta ahora.

Y me gustó todavía más que él hiciera tantas referencias a que cuando una sociedad se une puede lograr hazañas como esa, y que ojalá eso no ocurriera sólo en momentos de adversidad.

No conozco Chile, todavía. Pero cada vez tengo más ganas de echarle un vistazo a ese país que ha podido seguir adelante pese a sus traumas, a las injusticias que siguen impunes y a la fuerte desigualdad que todavía conserva pese a su admirable reducción de la pobreza crítica. Sé que son lo que son porque se pusieron de acuerdo para derrotar a una dictadura con los votos y porque luego lo volvieron a hacer para que cada nuevo gobierno respete un consenso básico sobre lo que el país necesita y sobre las medidas de apertura económica, competitividad y respeto a las instituciones que cada administración debe mantener y prolongar. Sé que invierten en educación, que envían distintos productos ­no sólo cobre­ a muchos mercados del mundo y que en sus ciudades tienen normas ambientales para construir edificios y estacionamientos para bicicletas. Sé que sufrieron el 27 de febrero uno de los sismos más fuertes que se hayan registrado y que hasta la fecha han reconstruido casi el 100% de la infraestructura que perdieron.

Celebro que ese pequeño Estado atrapado entre la parte más alta de los Andes y el Océano Pacífico, con el desierto más árido del mundo en el norte y la exuberante Patagonia al sur, esté demostrando que América Latina puede ser mucho más que caudillos y peloteros. Y quiero pensar que si ellos pueden, nosotros también podemos, si aprendemos de su éxito.

Rafael Osío Cabrices

Publicado en el día 07 de Noviembre de 2.010 en la Sección La Vida Sigue. Revista Todo en Domingo de El Nacional.

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